El abeto de Chambers Bay

fuente: www.elmundo.es. Autor: Mario Diaz (@MDiaz_elmundo)

Nunca contaron las latas de cerveza, pero eran suficientes “para hacer una estupidez”. Así definió la situación la policía de Tacoma cuando la mañana del 30 de abril de 2008 encontraron el único abeto, el único árbol de Chambers Bay con heridas de muerte en su tronco. Se supone que ‘el agresor’ llegó con un moto acuática hasta la playa, trepó hasta el campo de golf y trató de talar el símbolo de un lugar tan único como el US Open que comienza este jueves y donde el gran protagonismo será el campo y no los favoritos.

Nunca encontraron al autor de los hachazos, pero todo un estado, el de Washington, justo en la frontera con Canadá, ofreció los abetos de sus propios jardines para reemplazar el símbolo del campo y mantener vivo el sueño, porque Chambers Bay era fue un sueño del nuevo siglo. El de construir un campo que quedase por delante de más de 14.000 recorridos estadounidenses para acoger un torneo que durante 120 años apenas ha pasado por 15 de ellos.

Nunca imaginaron que el US Open llegaría gracias a las decisiones más inesperadas, las más rocambolescas. Porque tan inesperada fue la localización del campo en una antigua mina de grava sobre el estrecho de Puget como lo fue la supervivencia del abeto, primero por los cuidados del único arborista que no lo dio por muerto y, después, por una cuestión tan azarosa como fue su conversión en punto de referencia, en el faro que utilizaron Robert Trent Jones Jr. y su equipo de diseño durante la fase de movimiento de tierras, cuando ya se había decidido que Chambers Bay sería un campo de fescue 100%.

Nunca se hizo un campo de fescue en Estados Unidos. Probablemente ni siquiera se pensó en ello por las peculiares condiciones de hierba de importación, las que no permiten a los aficionados jugar con buggy, las que reducen el número de greenfees disponibles en invierno para preservar el buen estado del campo, porque todo el campo es fescue. De los tees a las calles pasando por el rough hasta llegar a los greens. Todo fescue, firmeza extrema, enorme velocidad.

“Puedes ir al sitio justo del green y, sin embargo, tu bola puede terminar a más de 70 metros de la bandera. El green del 1 es injusto, el green del 7 es injusto…”. La protesta pertenece a los recuerdos de Brooks Koepka. Apenas él y 10 más conocían Chambers Bay de aquel US Amateur de 2010. Entonces “se les fue la mano”, aprendieron la lección, aunque haya servido de poco para mitigar los miedos de los 156 jugadores presentes.

Miedo a esa diferencia nula de apariencia entre las calles y los greens con el consiguiente peligro de penalidad al marcar y levantar la bola en lugar equivocado si no se ven con claridad los puntos blancos pintados. Miedo a esos bunkers con escaleras que debieron barrenar con la dinamina sobrante de la cantera ‘Pioneer Sand a Grave’, inaugurada en 1945, clausurada mucho antes de que alguien pensase en construir un campo de golf.

“Este lugar me recuerda tanto a St. Andrews… Creo que quien juegue bien allí, jugará bien aquí”. No le falta razón a Phil Mickelson, el Raymond Poulidor del US Open, seis segundos puestos en su palmarés, candidato, una vez más, al título, a completar su particular Grand Slam, aunque para ello no sólo peleará con las peculiaridades de Chambers Bay. Jordan Spieth, flamante campeón del Masters y uno de aquellos únicos 11 jugadores que conocían el recorrido del US Amateur de 2010. Justin Rose y Martin Kaymer, los dos últimos campeones. Rory McIlroy, Rickie Fowler, Patrick Reed, Ernie Els… Incluso Sergio García. ¿Incluso Tiger Woods?

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